domingo, 2 de marzo de 2008

Comentario al Evangelio del ciego de nacimiento. Jn 9


Esta perícopa del evangelio, pone de relieve el sentido de la vista. La vista siempre está muy relacionada con la luz. Donde hay oscuridad, no vemos... Desde el punto de vista meramente físico, necesitamos de la luz para poder ver...

El ciego de nacimiento físicamente no reconoce la luz. Su tiniebla es grande, es más no tiene experiencia de otra cosa... Y dentro de la sociedad de su tiempo, tener cualquier tipo de enfermedad es sinónimo de "pecado". Por tanto, dentro del estrato social y religioso judío, casi no contaban. Era algo a lo que se despreciaba.

Posiblemente el ciego acepte este desplazamiento social... al que fue sometido durante toda su vida... pero aparece ante él un hombre que da un nuevo sentido a su existencia... que trae luz a su existencia.

El ciego de nacimiento no sólo tiene la experiencia de contemplar por primera vez en su vida la realidad de todo lo creado con sus propios ojos, sino que además, vive la experiencia de encontrar el verdadero sentido de su vida. Posee una luz interior, se le regala la experiencia de ver a un nivel más profundo. Allí donde sólo hay un espacio para el verdadero encuentro consigo mismo y con Jesús. Es la luz de Jesús lo que transforma su existencia.

En realidad, todos llevamos algún tipo de ceguera, nuestros ojos ven turbio, están cansados... desfiguramos la realidad de las cosas... y la vida se vuelve más compleja, con menos luz...

Vemos a lo largo del día muchas cosas, pero a veces, se nos escapan las más importantes, nuestros ojos se centran en lo exterior, no sabemos mirar con la mirada del corazón. Para ver desde corazón, me atravería a decir, que necesitamos unos ojos "nuevos", que no miren solo la apariencia de las cosas, sino que lleguen a lo profundo del corazón del hombre.

Si somos sinceros, podemos decir, que somos ciegos para nosotros mismos. Nos da miedo mirar al espejo de nuestra propia verdad, y no sólo cultivamos las apariencias, sino que vivimos en ellas. Somos ciegos porque nos enredamos en nuestras pequeñeces, porque no vivimos desde la verdad profunda. Para que esta verdad se haga vida en nosotros, tenemos que ir a la luz... salir de nuestras propias tinieblas... y esa luz siempre es interior y es un don de Dios.